lunes, 6 de marzo de 2023

Alain Touraine. Dimensiones de la democracia contemporánea


La definición de la democracia como libre elección, a intervalos regulares, de los gobernantes por los gobernados define con claridad el mecanismo institucional sin el cual aquélla no existe. El análisis debe situarse en el interior de esta definición sin superar nunca sus límites. No hay poder popular que pueda llamarse democrático si no ha sido acordado y renovado por una libre elección; tampoco hay democracia si una parte importante de los gobernados no tiene derecho al voto, lo que ha ocurrido las más de las veces y concernido, hasta una fecha reciente, al conjunto de las mujeres y concierne aún a quienes no alcanzaron la edad de la mayoría legal, lo que desequilibra el cuerpo electoral en favor de las personas entradas en años y de los jubilados en detrimento de quienes todavía no ingresaron a la vida profesional. La democracia es igualmente limitada o destruida cuando la libre elección de los electores es restringida por la existencia de partidos que movilizan los recursos políticos e imponen a aquéllos la elección entre dos o más equipos aspirantes al poder, pero en los que no está claro que su oposición corresponda a las decisiones consideradas como las más importantes para los electores. ¿Y quién hablaría de democracia allí donde el poder legítimo no pudiera ejercerse, donde reinaran sobre una gran parte de la sociedad la violencia y el caos? Pero lo que basta para identificar unas situaciones no democráticas no puede constituir un análisis suficiente de la democracia. Ésta existe cuando se crea un espacio político que protege los derechos de los ciudadanos contra la omnipotencia del Estado. Concepción que se opone a la idea de una correspondencia directa entre el pueblo y el poder, pues el pueblo no gobierna sino que sólo lo hacen quienes hablan en su nombre y, paralelamente, el Estado no puede ser únicamente la expresión del sentimiento popular ya que debe asegurar la unidad de un conjunto político, representarlo y defenderlo frente al mundo exterior. Es en el momento en que se reconoce y se garantiza a través de instituciones políticas y por la ley la distancia que separa al Estado de la vida privada cuando existe la democracia. Ésta no se reduce a procedimientos, porque representa un conjunto de mediaciones entre la unidad del Estado y la multiplicidad de los actores sociales. Es preciso que sean garantizados los derechos fundamentales de los individuos; es preciso, también, que éstos se sientan ciudadanos y participen en la construcción de la vida colectiva. Es necesario, por lo tanto, que los dos mundos -el Estado y la sociedad civil-, que deben mantenerse separados, estén igualmente ligados uno al otro por la representatividad de los dirigentes políticos. Estas tres dimensiones de la democracia: respeto a los derechos fundamentales, ciudadanía y representatividad de los dirigentes, se completan; es su interdependencia la que constituye la democracia.

Ésta exige, en primer lugar, la representatividad de los gobernantes, es decir la existencia de actores sociales de los que los agentes políticos sean los instrumentos, los representantes. Como la sociedad civil está hecha de una pluralidad de actores sociales, la democracia no puede ser representativa sino siendo pluralista. Algunos creen en la multiplicidad de los conflictos de interés; otros en la existencia de un eje central de relaciones sociales de dominación y dependencia; pero todos los demócratas se resisten a la imagen de una sociedad unánime y homogénea, y reconocen que la nación es una figura política antes que un actor social, al punto que -a diferencia de un pueblo- no puede concebirse una nación sin Estado, aunque haya algunas que estén privadas de éste y sufran por ello. La pluralidad de los actores políticos es inseparable de la autonomía y del papel determinante de las relaciones sociales. Una sociedad política que no reconoce esta pluralidad de las relaciones y los actores sociales no puede ser democrática, aun si, repitámoslo, el gobierno o el partido en el poder insisten en la mayoría que los apoya y, por lo tanto, sobre su sentido del interés general.

La segunda característica de una sociedad democrática, tal como está implicada en su definición, es que los electores son y se consideran ciudadanos. ¿Qué significa la libre elección de los gobernantes si los gobernados no se interesan en el gobierno, si no sienten que pertenecen a una sociedad política sino únicamente a una familia, una aldea, una categoría profesional, una etnia, una confesión religiosa? Esta conciencia de pertenencia no está presente en todas partes, y no todos reivindican el derecho de ciudadanía. Ya sea porque se contentan con ocupar lugares en la sociedad sin interesarse por modificar las decisiones y las leyes que regulan su funcionamiento, ya porque procuran escapar a unas responsabilidades que pueden implicar grandes sacrificios. Con frecuencia, el gobierno es percibido como perteneciente a un mundo separado del de la gente corriente: ellos, se dice, no viven en el mismo mundo que nosotros. La democracia ha estado asociada a la formación de los Estados nacionales y es posible dudar de que, en el mundo actual, pueda subsistir al margen de ellos, aun cuando cada uno acepte con facilidad que la democracia debe desbordar el nivel nacional hacia abajo, hacia la comuna o la región, y hacia arriba, hacia un Estado federal, como la Europa que trata de nacer, o hacia la Organización de las Naciones Unidas. La idea de ciudadanía no se reduce a la idea democrática; puede oponerse a ésta cuando los ciudadanos se convierten en nacionales más que en electores, en especial cuando son llamados a las armas y aceptan la limitación de su libertad. Pero no puede concebirse democracia que no se base en la definición de una colectividad política (polity) y por lo tanto de un territorio.

Por último: ¿puede existir la libre elección si el poder de los gobernantes no es limitado? Debe estado, en primer lugar, por la existencia misma de la elección y, más concretamente, por el respeto a las leyes que definen los límites dentro de los cuales se ejerce el poder. El reconocimiento de derechos fundamentales que limitan el poder del Estado pero también el de las Iglesias, las familias o las empresas es indispensable para la existencia de la democracia. Al punto que es la asociación de la representación de los intereses y la limitación del poder en una sociedad política la que define con la mayor exactitud a la democracia al explicitar su definición inicial.

¿Son estos tres componentes de la democracia los tres aspectos de un principio más general? Parece casi natural identificada con la libertad o, más precisamente, con las libertades. Pero lo que parece un progreso en la explicación no es más que el retorno a una definición demasiado restringida. La idea de libertad no incluye la de representación y la de ciudadanía; asegura únicamente la ausencia de coacciones. Hablar de libertad es demasiado vago; de lo que se trata es de libertad de elección de los gobernantes, es decir de los poseedores del poder político e incluso del ejercicio de la violencia legítima.

La autonomía de los componentes de la democracia es, de hecho, tan grande que puede hablarse de las dimensiones o las condiciones de la democracia más exactamente que de sus elementos constitutivos. Puesto que cada una de estas dimensiones tiende a oponerse a las otras al mismo tiempo que puede combinarse con ellas.

La ciudadanía apela a la integración social, la conciencia de pertenencia no sólo a una ciudad, un Estado nacional o un Estado federal, sino también a una comunidad soldada por una cultura y una historia en el interior de fronteras más allá de las cuales velan enemigos, competidores o aliados, y esta conciencia puede oponerse al universalismo de los derechos del hombre. La representatividad introduce la referencia a unos intereses particulares vinculados a una concepción instrumental al servicio de intereses privados. Por último, el reconocimiento de derechos fundamentales puede separarse de la democracia. ¿No tiene la idea de derecho natural orígenes cristianos que la fundaron sobre la idea, que en sí misma no es democrática, del respeto debido a todos los elementos de la creación, seres humanos pero también seres naturales vivientes o inanimados, creados por Dios y que cumplen una función en el sistema querido por él?

La yuxtaposición de la representación, la ciudadanía y la limitación del poder por los derechos fundamentales no basta para constituir en todos los casos la democracia. Y, si no hay principio más general que esos tres elementos, es preciso concluir que el vínculo que los une y los obliga a combinarse es sólo negativo: consiste precisamente en la ausencia de un principio central de poder y legitimación. El rechazo de toda esencialidad del poder es indispensable para la democracia, lo que expresa concretamente la ley de la mayoría. Ésta no es el instrumento de la democracia más que si se admite que la mayoría no representa ninguna otra cosa que la mitad más uno de los electores, que, por lo tanto, se modifica constantemente, que incluso pueden existir "mayorías de ideas", cambiantes según los problemas a resolver.

Alain Touraine. ¿Qué es la democracia?  Buenos Aires, FCE, 1995

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